Mientras aterriza en el aeropuerto de Hamburgo, el recuerdo de su juventud en Tokio de los años sesenta vuelve a Toru Watanabe al escuchar la canción de Norwegian Wood de los Beatles. Con melancolía, recuerda a Naoko, la novia de su mejor amigo de la adolescencia. El suicidio de éste marca un antes y un después en la vida de ambos.
Tokio Blues es una historia nostálgica que habla de la vida, la muerte y la sexualidad. Un libro que nos muestra la profunda transformación interna que se va suscitando con el paso de los años.
Este libro tiene como protagonista a la muerte. Watanabe me pareció un chico inocente que, al verse afectado por la muerte de su amigo, va notando cambios en la percepción que tiene de la vida hasta llegar a un punto de madurez donde entiende que todo gran poder trae consigo una gran responsabilidad. A Naoko le tomé especial cariño y me dolió que fuera un personaje tan vulnerable tras la muerte de Kizuki. A pesar de que la relación entre estos dos personajes se da de manera lenta y conforme avanza el libro su interacción disminuye, me gustó el desarrollo del romance y la inocencia de su amor.
Considero que Reiko fue el personaje más destacable del libro, tomando en cuenta que fue una gran guía para Watanabe y Naoko y que su propia historia es bastante cruda. Disfruté mucho las cartas que se mandaban ella y Watanabe.
Antes de pasar a hablar de un tema más serio, quisiera mencionar que el final me sacó un buen de onda. No porque estuviera mal, simplemente fue muy extraño y fuera de contexto pero, para nada es queja. Reconozco que me gusta lo impredecible.
Ahora bien, quisiera contar una anécdota que recordé al empezar a escribir esta reseña; un suceso del que ya se cumplirán 10 años en noviembre: la muerte de un compañero de la prepa. A pesar de no haber sido cercana a él, aún recuerdo lo mucho que me impactó la noticia de que había fallecido. Yo tenía 18 años. Sin duda, es un velorio que nunca voy a olvidar. Muchos de mis compañeros de generación se reunieron ese día. Y el recordar que su vida acabó ahí, a los 18 años, hace que se me llenen los ojos de lágrimas.
Por otra parte, pienso que el tema del suicidio es una carga muy pesada para los vivos. Pero también estoy segura que hay decisiones que por más que quisiéramos cambiar, no podríamos. Así que, este mensaje va para todos aquellos que han vivido una situación similar a la de Watanabe. No se pudo haber hecho más de lo que se hizo. Y sí, aunque duela decirlo, la vida continúa.
En las últimas semanas he aprendido lo importante que es a hablar de mis emociones. Sentirlas y no negarlas o echarlas a un pozo sin fondo, sobre todo las que son negativas. Reconocérmelas a mí misma, para después poder expresárselas a los demás. Que salgan. Porque todas esas emociones reprimidas, hacen daño a la larga. Aún me encuentro en ese proceso de autoconocimiento, pero creo que hoy puedo reconocer mi progreso y decir que voy por buen camino, y que entre más consciente soy de la muerte, más valoro la vida.
Quisiera agradecer a mi amiga Rit por darme ánimos para contar esta anécdota. Eres un sol, nunca lo olvides. Y un saludo especial para ese chico de chinos y ojos color miel, espero que todo esté bien allá arriba.
«La muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida. Es una realidad. Mientras vivimos, vamos criando la muerte al mismo tiempo».